miércoles, 1 de mayo de 2013

Lenguaje, libertad y pucheros

[Javier Guzmán, El cocinero del Papa, Alpedrete (Madrid): La Discreta, 2012]

Nadie diría de tan experto manipulador del lenguaje que El cocinero del Papa fuese solamente su segunda novela. Sin embargo, así es: en la bibliografía del autor solo la precede Brigada Lincoln (2000, X Premio de Narrativa Gonzalo Torrente Ballester). Javier Guzmán fabrica un mundo, el de Almedina (Teruel), que se caracteriza por dos rasgos sin cuya concurrencia, pese a lo perogrullesco de su enunciado, un texto escrito no puede convertirse en novela: lo habitan personas de carne y hueso; y estas personas se comunican a través de un lenguaje denso, vivo e igualmente carnoso.

El argumento de la novela se sostiene a través de episodios tiernos o descacharrantes, pasajes reflexivos y magníficas descripciones culinarias. Sus protagonistas están tan dotados de tal personalidad que pertenecen, sin miedo a exagerar, a ese puñado de personajes memorables que todos, sin querer, escogemos. Y la lengua en que hablan es de una densidad –que no rebuscamiento- muy loable. Guzmán demuestra su pasión por la lengua española desde el momento en que con la máxima naturalidad es capaz de atribuir a cada hablante el dialecto que le toca por su origen: vasco, venezolano, aragonés… El discurso metalingüístico forma a menudo parte del propio escenario y señala la intensidad de la reflexión de Guzmán sobre su herramienta.

Pero, además, esa reflexión se revela como una reflexión ética y política. El cocinero del Papa, que refleja el triste contexto político de la España de principios del siglo XXI -la trama gira en torno a los antecedentes terroristas de un cocinero vasco-, transmite la opinión políticamente poco correcta de que el lenguaje es una parte fundamental de la identidad, sí, pero una parte que no viene determinada por la historia, la geografía o la sangre, sino por la elección libérrima del individuo. Toda identidad es individual o es imposición, y el lenguaje con el que nos identificamos también es una elección individual.

Guzmán da en el clavo del debate identitario que empobrece el discurso público desde que los nacionalismos consiguieron hacerse pasar por opción de progreso cultural y político: el lenguaje no es tan sagrado, viene a decir el autor, como la propia voluntad de escogerlo y usarlo con honestidad. Y lo que sucede con el lenguaje sucede con todos los demás elementos que afectan a los personajes de esta novela, que resulta ser, tras no poca diversión, un guiso de mucha sustancia. Agitadoras. Omnia.