domingo, 21 de mayo de 2006

Una de indios

Por las noches, antes de dormir, estoy leyendo un libro apasionante titulado Exploradores, comerciantes y tratantes de esclavos: la Vieja Ruta Española (1678-1850). Su autor, Joseph P. Sánchez, que dirige el Spanish Colonial Research Center de Albuquerque, narra la historia de los hombres que, desde sus bases neomexicanas y californianas, exploraron, abrieron rutas y dieron impulso a la posterior colonización del actual suroeste de los Estados Unidos. Sí, tienen ustedes razón: uno está en el mundo porque tiene que haber de todo.

No obstante (y no es que quiera justificar mi excentricidad: a mis años la tengo muy asumida), a poca imaginación que uno tenga, el relato de aquellos pioneros suscita gran interés. Militares, frailes y civiles aragoneses, catalanes, castellanos, vascos o mallorquines fundan ciudades hoy metropolitanas, vadean a caballo ríos colosales, sufren frío en las Rocosas y sed en el Mojave, conviven con los hopis, negocian con los yutas, temen los ataques de apaches, navajos y comanches... Situar a aquellos pioneros carpetovetónicos en los escenarios en que estamos acostumbrados a reconocer a la familia de mormones en carreta o a John Wayne pegando tiros contiene el estimulante aroma de la paradoja.

Es aún más chocante, inmersos como estamos en una sociedad dominada en lo público por el aberrante prestigio de la exclusión, leer la siguiente frase del profesor Sánchez: “Junto a los incontables indios hoy anónimos que cazaban, vivían y morían en las desolaciones de Utah, y que guiaron a los españoles a través de sus territorios, esos antiguos exploradores forman parte de la historia nacional de los Estados Unidos”. A esto se le llama comprender las raíces plurales de toda identidad, entendida ésta de forma inteligente y, por tanto, generosa. A lo demás: nacionalismo. Última Hora. Luke. Periodista Digital.

domingo, 7 de mayo de 2006

Prodigios de la memoria

Hace unos meses Isabel regresó a mi vida. En segundo de EGB, en aquel colegio que el nomadeo de nuestras familias nos había deparado, se sentaba a mi lado porque nuestros dos apellidos eran contiguos en la lista. Una vez, la muy cotorra no paraba de hablar y el padre Matías, un fraile de barba poblada y tufillo sospechoso bajo el hábito, me riñó. ¡Con lo bien que yo me portaba...! Isabel, que en todo este tiempo se ha licenciado en Historia, buscaba en Google algo relacionado con el arte y encontró mi bitácora. Reconoció mi nombre y mi apellido. En estos treinta y pico años que hemos estado sin vernos, ha publicado varias novelas y ha formado una familia; pero no se ha olvidado ni del tufillo del padre Matías ni del apellido de aquel niño tímido que la acompañaba en clase y una vez recibió una regañina por su culpa. Con siete años, Isabel se tiñó de moreno porque a su compañero de pupitre no sólo le encantaban los animales y quería ser naturalista como Rodríguez de la Fuente, sino que además le gustaban las chicas morenas como la Cantudo. Ahí es nada.

La sorpresa de recuperar inesperadamente aquellas fibras del pasado, apenas entretejidas, me hizo dudar de la inocencia de Internet. Superada la sospecha de una broma, intuía vagamente que aquel reencuentro suponía un enriquecimiento súbito, recobrar alguna dimensión perdida desde 1974, un latido que nos faltaba. Sólo ahora, meditado el asunto y disfrutados sus matices, alcanzo la importancia del caso y me siento genuinamente feliz de beneficiarme de la buena memoria de Isabel. Compartimos cosas que nadie más comparte; algunas permanecen y permanecerán en el olvido y otras –dada mi mala memoria– van saliendo poco a poco de los recodos del córtex cerebral de Isabel. Son detalles, escuetos jirones de vida que, no obstante, tienen la calidad hospitalaria y muelle de lo primigenio, de lo no manchado. Última Hora.

lunes, 1 de mayo de 2006

Mi último poemario

[Juan Luis Calbarro, Sazón de los barrancos, Cáceres: Diputación Provincial de Cáceres/ Institución Cultural El Brocense, 2006.]

Los amigos e interesados tenéis en este enlace noticia del último libro que he publicado, titulado Sazón de los barrancos, y podéis husmear un poquito en su contenido. Se trata de un poemario editado por la Institución Cultural El Brocense, de la Diputación Provincial de Cáceres, en la colección AbeZetario que dirige Teófilo González Porras, y lo presenté la semana pasada en la Feria del Libro de aquella ciudad.

Y en Malpartida vi el Museo Vostell y una miríada de cigüeñas.