lunes, 13 de marzo de 2006

Más poesía en el Círculo

[Poesía en traducción. Círculo de Bellas Artes. Alcalá, 42. Madrid. Del 15 de marzo de 2006 al 15 de febrero de 2007.]

Si el 15 de febrero se abría el ciclo Poesía española contemporánea en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con un recital de Diego Jesús Jiménez y Eduardo Moga, este mes se inaugura, en el mismo centro y coordinado igualmente por el poeta, crítico y ensayista Jordi Doce (Gijón, 1967), el ciclo Poesía en traducción. El primer programa prosigue este 15 de marzo con el poeta veterano César Antonio Molina (1952) y con el joven Vicente Valero (1963), en la sala Valle-Inclán; y el segundo se inicia el día 16 en la sala María Zambrano, con la conferencia “El lugar de la traducción en la poesía española reciente”, de Miguel Gallego Roca. El ciclo, de periodicidad mensual a excepción del paréntesis veraniego, incluirá dos conferencias centradas en los aspectos generales de la traducción de poesía contemporánea y ocho lecturas comentadas de traductores acerca de su propio trabajo.

El protagonista de la primera sesión, Miguel Gallego Roca (Granada, 1964), es profesor de literatura española e hispanoamericana en la Universidad de Almería y, entre otros trabajos como teórico e historiador de la traducción literaria, autor de Traducción y literatura. Los estudios literarios ante las obras traducidas (Madrid: Júcar, 1994) y Poesía importada. Traducción poética y renovación literaria en España, 1909-1936 (Almería: Universidad, 1996). En otras sesiones intervendrán traductores de gran solvencia, casi todos ellos también poetas: Jorge Riechmann (sobre su trabajo de traducción de la obra de René Char), Carlos Jiménez Arribas (W. B. Yeats), Aurelio Major (Basil Bunting), Ángel Campos Pámpano (Fernando Pessoa), Rafael-José Díaz (Philippe Jaccottet), Olvido García Valdés (Anna Ajmátova y Marina Tsvetaieva), Andrés Sánchez Robayna (sobre la experiencia del Taller de Traducción Literaria), Luis Javier Moreno (Robert Lowell) y el mismo coordinador del ciclo, Jordi Doce (con una panorámica sobre la traducción de poesía). 13 Newsletter.

miércoles, 8 de marzo de 2006

No era nada fácil

No era fácil atacar este asunto. En La lista de Schindler sí lo era identificar a los malos; en Munich, en cambio, cada espectador llega al cine con ideas propias acerca de quiénes son responsables y quiénes víctimas del desastre palestino-israelí. Spielberg tenía un comprometido reto ante sí –básicamente, abordar el conflicto entre el derecho propio a la justicia y el de los demás a la vida– y no es hombre que se deje asustar por los retos. La ley del talión, hoy más de moda que nunca, dista mucho de ser una reliquia bíblica y evoluciona en espiral. Sólo algo que reprochar: quienes dudan en el filme son siempre judíos; los palestinos, en cambio, aparecen como bárbaros irreflexivos y sedientos de sangre o como hipócritas interesados... Mantener una ecuanimidad estricta y aportar soluciones era tarea imposible; y, sin embargo, el judío y occidental Spielberg alcanza un éxito: acerca a judíos y occidentales cierta creíble autocrítica basada en consideraciones universales subyacentes también al más genuino –y olvidado– judaísmo. No era fácil. Última Hora.

lunes, 6 de marzo de 2006

CJC: de nuevo en Palma

Camilo José Cela, fabulador: entre la memòria i la mirada - Fundació Sa Nostra

Es deuda con nuestra formación visitar la exposición que ofrece estos días la Fundació Sa Nostra con material de la Fundación Camilo José Cela, Marqués de Iria Flavia. Interesa por su especial vínculo con Mallorca, pero sobre todo por ser un recorrido eficaz y muy completo por la vida y la obra del escritor de Padrón, probablemente el mejor novelista que dieron las letras españolas desde Cervantes.

De todos los personajes nacidos de su magín, ninguno es tan célebre como el que Cela fabricó a medida de su propia persona. Muchos hemos saboreado La colmena, que es desde tiempos casi inmemoriales lectura obligatoria en los planes de estudios de Secundaria; pero todos, sin excepción, recordamos las anécdotas televisivas, las boutades del marqués de Iria Flavia, los desplantes ante moros y cristianos. Si Cela fue un novelista leído, aún más fue un personaje público admirado y odiado con igual intensidad por unos y otros, más allá de la calidad de su obra. Sin pararnos mucho a pensar, nos viene a la memoria su célebre desprecio al Cervantes, según él un premio “suficientemente cubierto de mierda” hasta el momento en que sin duda se hizo justicia concediéndoselo. Recordamos el número alcarreño de la choferesa negra; la televisiva afirmación de poder absorber una determinada cantidad de líquido por vía anal con sólo la potencia de sus músculos o esfínteres; las acusaciones de plagio, nunca demostradas; o sus polémicas declaraciones sobre los homosexuales en el contexto del centenario de Lorca: no se puede decir que tuviera pelos en la lengua. Fue Carlos Casares quien propuso el modelo de Dalí para que comprendiésemos mejor el personaje de Cela: “en público se ha comportado como él ha creído conveniente para la difusión y venta de su obra”.

Sin alcanzar los extravagantes extremos del pintor de Cadaqués, a Cela se le ha criticado mucho que nunca adquiriese más compromiso que consigo mismo. Pero es preciso corregir: tenía un compromiso grave e inextricable con la palabra, en el que hasta sus más acérrimos detractores reconocerán que nunca cejó, y todo lo demás le daba perfectamente igual. No hablemos sólo de los reconocimientos públicos nacionales e internacionales: su capacidad de trabajo, su afán experimentador -aun ya octogenario-, la valiosa ironía, la ternura omnipresente en sus textos, una labor lexicográfica rigurosísima y el hecho de haber convertido primero a Mallorca y luego a Padrón en importantes focos de cultura nos indican que Cela era mucho más que el personaje que accedió a enredarse en el patio de Monipodio de los premios de alguna pujante editorial.

Hoy queda la obra. La familia de Pascual Duarte, la novela española más traducida después del Quijote, supone un hito en la historia de las literaturas hispánicas. Acerca de La colmena, ese admirable retablo de la posguerra española censurado por las autoridades franquistas, escribió Alonso Zamora Vicente que “no estaba en la mente de Cela [...] escribir un libelo acusatorio. Pero [...] la estructura política se reconoció, se vio asaeteada de reproches y echó por el camino de enmedio”. La colmena marca un antes y un después en la narrativa universal del siglo XX; es, pese al carácter conservador que se atribuyó a su autor, una denuncia desnuda e irresponsable, y es también un catálogo veraz de seres humanos, por no hablar del despliegue de recursos técnicos que ofrece al gusto.

El verdadero creador lo es incluso a su pesar. Cualquiera de los libros menores del gallego habría sido saludado como gran hallazgo en la pluma de otros autores. Martín de Riquer afirmó con toda razón que Cela renovó la lengua castellana. Cuando los siglos ejerzan su labor imprescindible e inevitable de criba, es muy probable que CJC, ya sin título de nobleza ni premio Nobel, despojado de anécdotas y polémicas, lejos de etiquetas vacías como realismo y tremendismo, siga engrosando el escogido número de los que por sus merecimientos habitan el Parnaso. Amb l'Art. Última Hora.