miércoles, 24 de agosto de 2005

Nuestro pasado en los anuncios

La imponente colección de carteles de Carlos Velasco Murviedro es única en su género, por lo que contiene de evocación y por la calidad pragmática e, incluso, artística de sus piezas: no por nada encontramos en algunas de ellas las firmas de algunos de los mejores cartelistas profesionales del siglo XX, como Néstor de la Torre o Rafael de Penagos. Recuerdo haber disfrutado enormemente en alguna de las exposiciones que periódicamente promocionan el tesoro del profesor Velasco.

Durante muchas décadas la única nota de color en una realidad gris (por la penuria económica, por la miseria intelectual, porque los soportes del cine, la televisión y la fotografía aún eran en blanco y negro) la aportaron los carteles publicitarios. La evolución de la estética de los anuncios muestra bien a las claras la de los gustos artísticos y la moda reinantes; su evolución temática, los hábitos de consumo de los españoles o sus necesidades. Reclama nuestra atención, entre otros elementos, la aparente inalterabilidad del papel desempeñado por la mujer en la publicidad a través de los casi cien años que cubre la colección: ama de casa eficiente, esposa y madre pundonorosa, destinataria de detergentes concentrados, cremas para el cutis, tintes, desatascadores, perchas plegables...

Otros aspectos son evaluables en la colección: la idealizada representación de la figura humana, y en particular de la del niño; las tendencias plásticas (el modernismo y el art-deco elevaron el cartelismo a la categoría de arte) e ideológicas (la grisura del franquismo, con su yugo y sus flechas tan presentes); el regionalismo; el estado de la sanidad española: esos anuncios, entrañables y a veces terribles, de magnesia granulada, bebidas estomacales, plantas laxantes, campañas antituberculosas, calmantes, pastillas contra el catarro, tónicos contra el raquitismo o pomadas prácticamente mágicas que curan desde una bronquitis hasta un forúnculo; las técnicas de márquetin o la penetración de la imaginería y la fraseología publicitarias en el lenguaje ciudadano. El mundo del consumo y del reclamo publicitario, al cabo, refleja las características de un pueblo con mayor rigor e inmediatez que el más sesudo tratado de sociología. En este caso se trata del catálogo vivo de una época de nuestra historia anterior a la aparición y dominio de la omnipotente televisión.

Está regalando Última Hora una selecta muestra de esa gran colección, “Anuncios antiguos de les Illes Balears”, en formato de imanes ilustrados. En esas imágenes y en sus correspondientes textos podremos recorrer una de las manifestaciones humanas más significativas del siglo pasado, la publicidad; y, a través de ella, la evolución de nuestra calidad de consumidores y, también, de ciudadanos. En la selección se ha atendido al pasado insular, incidiendo con frecuencia, por tanto, en los temas del turismo y los transportes y, por otro lado, prescindiendo de los ejemplares con más carga ideológica o de contenido más dramático (los de campañas sanitarias, por ejemplo), en lo que pretende ser un recuerdo amable de lo que fue la oferta publicitaria de la centuria pasada. Última Hora.

domingo, 14 de agosto de 2005

Avelino o la justa medida

[Avelino Hernández, Mientras cenan con nosotros los amigos, Canet de Mar: Candaya, 2005.]

En un coloquio sobre literatura escuché, ya hace años, una de las más grandes majaderías que recuerdo aplicada a los escritores. Un bienintencionado postulaba que quien es capaz de escribir versos hermosos por fuerza ha de ser una bellísima persona, suma humana de bondad y desinterés. Basta con conocer por encima algunas biografías para saber que no sólo esto no es cierto, sino que, antes bien, muchos escritores fueron y son víctimas irredentas de su crueldad, su egolatría, su inmadurez, su venalidad, sus celos, su mezquindad y su vanagloria. Por no hablar de complejos y perversiones.

No conocí a Avelino Hernández. Sin embargo, dos buenos amigos míos lo fueron también de él y, como todo el que lo conoció, cantan sus alabanzas. Uno de ellos me hace notar cómo, habiendo vivido tan poco tiempo entre los mallorquines, llegó a alcanzar con éstos la familiaridad y el afecto que a los insulares a veces cuesta tanto otorgar. Muy pocos años –antes de que una enfermedad tan injusta como todas hiciese presa en su cuerpo– y, sin embargo, los homenajes le llueven en ésta que fue la última de sus muchas tierras. Parece que Avelino haya sido ese escritor de talante excepcional que justifica la creencia de bienintencionados como aquél que recordaba antes.

Y sí: sólo alguien de una categoría humana excepcional podría rezumarla como él lo hace en Mientras cenan con nosotros los amigos, su novela póstuma; o lo que quiera que sea, que tan venturosamente renueva nuestra fe en la lectura. En sus páginas encuentra uno la justa medida de casi todo: el amor por los objetos que nos rodean (no idolatría, no avaricia, sino regusto por los recuerdos a ellos asociados), la amistad, los amores rotos sin tragedia, los correspondidos sin aspavientos, la soledad fructífera y la compañía bien aprovechada, un modelo ético de vida, un dolor por la muerte matizado cálidamente en sus difíciles aristas...

Los próximos a Avelino vislumbrarán tras los personajes que pueblan su libro personas reales, amigos que fueron del escritor y que, sin duda, habrían preferido no protagonizar un libro de póstumas fraternidades, tan hermoso y triste a la vez. También reconocerán en algún capítulo a cierto poeta célebre que, con su ambición, contradice torpemente las premisas de la amistad. Los no iniciados, en cambio, tendrán el privilegio de asistir vírgenes a narraciones ejemplares, a diálogos tan densos de pensamiento como aquéllos del Siglo de Oro y, sin embargo, tan cercanos que constituyen un manual actualizado de sano estoicismo. Última Hora.