miércoles, 1 de abril de 1998

Ineficaz exhortación al olvido

[Ada Salas, La sed, Madrid: Hiperión, 1997.]

El segundo poemario de Ada Salas (Cáceres, 1965), Variaciones en blanco (Madrid: Hiperión, 1994), galardonado con el IX Premio de Poesía Hiperión, había supuesto una poética novedosa en el panorama literario español, una clara voluntad de distinción a través del uso consciente del silencio, del blanco y otros recursos tipográficos, de los espacios que bien utilizados adquieren tanta significación como los mismos versos. Los poemas de Variaciones en blanco eran destellos fugacísimos, brevísimos textos en que una apretada yuxtaposición de impresiones conseguía desautomatizar la percepción de la realidad y la iluminaba con nuevos matices. Los motivos y temas (la soledad, el sexo, la voz y el silencio, la ausencia) aparecían en fogonazos de inspirada dicción.

Significa La sed un tránsito hacia un estilo más discursivo, más continuo, en el que no solamente los poemas que lo integran experimentan un leve crecimiento cuantitativo (constan de más versos), sino que el mismo poemario aparece más como un todo en el que los distintos fragmentos son semejantes a las piezas de un puzzle y conforman un solo y consciente pensamiento. Se destaca en la lectura del poemario, por encima de todo, la conciencia de una ausencia que lo anega todo, desde el abandono amoroso hasta la pérdida familiar. Los temas del anterior libro de Ada Salas reaparecen obsesivamente y se aglutinan en torno a esa ausencia omnipresente.

El poemario comienza con una petición explícita: pide la voz lírica “la sed”, pide “no respirar”, invoca al olvido y renuncia a la certeza. El dolor nace con la insolencia de lo que es natural, y el sujeto rehúye la claridad y se refugia en la noche. Ésta es “propicia”: en ella las metáforas alumbran un mundo de suave sensualidad que impregna muchos de los poemas y que, sin embargo, se asocia a la ausencia, a la sombra. La noche (quizá símbolo de la inconsciencia, de la feliz irresponsabilidad) es mansedumbre, es quietud; pero en algún lugar de desesperanza se queja la voz lírica de que “acaso / ni la noche se asoma a mi suplicio / y el peso de la luz / ... / sólo en mí se sucede”.

El día, la luz, el tiempo son “como una playa sedienta de naufragio”, “como preguntas de la muerte”, son desconocimiento y confusión; y las imágenes de despojamiento sólo encuentran contrapeso en la oscuridad y en la sencillez de la noche (“sálvame, oscuridad”, escribe Ada en algún momento). La luz de la vida cotidiana se asocia a los muertos, y la noche al olvido: “aguardo fieramente naufragar en la sombra”.

La memoria es una forma de la conciencia y, como tal, es repudiada en varias ocasiones. No sólo la noche es olvido: también lo es la palabra. Contra el brillo de las cosas, llegamos a “la palabra que nos niega”, y esto es deseable para la voz lírica. La voz es mineral, es autónoma con respecto al sentimiento, y así la escritura es también instrumento de salvación. La importancia de la voz es un elemento quizás dentro del relevante papel que en el libro cumplen, entre otras, las imágenes de tipo sonoro: son palabras que aparecen en La sed “ruido”, “rumor”, silencio”, “canto”, “grito”, “susurra”, “fragor”, “enmudece”, “palabra”, “violines” y “ecos”; y en algún verso confiesa el sujeto del poema: “cómo nombro los ruidos”. Junto a lo sonoro, las locuciones relacionadas con el fuego y la luz (“hoguera”, “fuego”, “quemada”, “incendia”, “brillo”) y el reiterado recurso a la “herida” componen un dolorido universo existencial expresado en términos carnales, sin estridencias pero con los matices más ineludibles de lo sensorial.

Se puede entender La sed como un solo poema cuyos fragmentos siguen combinando con maestría, como ya sucedía en Variaciones en blanco, el encabalgamiento, la aparente ruptura del endecasílabo y los blancos de la página para dotar a palabras escogidas, como suspendidas en el espacio, de un sentido más intenso. Es este libro un minucioso reconocimiento del dolor y una exhortación al olvido que al lector le resulta difícil atender, pues se trata, en fin, de un libro memorable. La Página.